
Siempre soñé de pequeño en poder desplazarme sobre un vehículo ligero, que me permitiera evadirme de los peligros y de lo aburrido de la realidad. Un híbrido entre una bicicleta y una nave espacial… Hasta que no cumplimos los 14 años, a mi hermana y a mí nos compró Papá Jordi un nuevo ciclomotor vasco, después ya en la Uni, me pude comprar mi nueva trail de 650 c.c., qué máquina tan versátil! Ella me paseó hasta el pirineo aragonés y desafió pistas de montaña infranqueables con todo el desparpajo imaginable. La siguiente montura fue una R de segunda mano, la 750 c.c. Jamás había ido tan rápido en 2 ruedas desde el servicio militar; aquel memorable vuelo en una vieja 900 de Burgos a Lérida en menos de 2 horas… En realidad no había conexión aérea! Mi último idilio es desde hace 4 años con una 1000, la más potente de serie habida y por haber. Me siento en plena simbiosis con ella, y a pesar de su poder de despegue devastador, el equilibrio que se genera entre hombre y máquina es la base de la supervivencia de ambos. Así hemos llegado ambos hasta aquí, con el máximo respeto a las normas y el vigor necesario, ello ha hecho mi vida emocionante, al margen de ahorrarme tiempo para entrar cada día en la gran urbe. El verano pasado rodé por carreteras de New-Jersey en una Custom automática, acariciando la idea de recorrer la mítica Route 66 con un grupo de amigos. Ahora, cuando entreveo el conformarme con máquinas menos irascibles, estoy planeando un itinerario por castillos en moto, cual caballeros de antaño, sintiendo el paisaje y rindiendo culto a nuestros antepasados. Está claro que nada se hace tan bien, como aquello que anhelamos, cual sueño de infancia. Motards, a conquistar! Honni soit qui mal y pense.